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De Carlos Bello Cabrera
Un hombre emigra de su país buscando un lugar en el que sus habitantes no volteen la cara al pasar. Al llegar encuentra que los habitantes se saludan al pasar y luego se clavan tres vidrios en la espalda tras el saludo. Entonces emigra otra vez y llega a otro sitio. Ahí las personas se cuidan y respetan, y como muestra de íntima amistad se invitan a dar un paseo en barco. Una vez lejos de la costa, el anfitrión -según la tradición- convida al invitado a realizar un rito. Este sospecha que ahí está la treta, se ata un pesado espejo al pié y se lanza al mar. Allí este hombre descubre que es hijo del agua y no de la tierra. Desde entonces convive con su reflejo y el silencio de los peces.
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